Hace unos meses comí con un antiguo compañero que atraviesa un momento difícil: tiene un cáncer metastásico y sabe lo efímera que es la vida. Aun así, aquella comida no fue triste. Nos habló con entusiasmo de su gran pasión desde que se prejubiló, tras una brillante carrera en informática: bailar tangos con su mujer.
Nos contó una anécdota ocurrida en Benidorm en una ‘milonga’, que es donde los amantes del tango se reúnen para disfrutar de su afición compartida. En una tanda, reparó en una mujer que, pese a su elegancia, había intentado sin éxito encontrar pareja para bailar a través del rito del cabeceo. Su cabello canoso y su rostro curtido no llamaban la atención en una sala donde todos buscaban juventud. Mi amigo, cuando ella la miró, aceptó su invitación a bailar.
En el primer tango, la conexión fue mágica. Al terminar, ella se presentó: “Me llamo Lina, soy argentina”. En el segundo, todo continuó fluyendo en perfecta armonía. Al acabar, le confesó: “He sido bailarina de tango profesional toda mi vida”. En el tercero, quedaron solos en la pista. Su interpretación fue tan intensa que la sala rompió en aplausos. Lina le susurró: “Fui bailarina del Teatro Colón de Buenos Aires y de la compañía Tango Pasión. Gracias por aceptar mi invitación”. No volvió a bailar con ella, pues se convirtió en la más solicitada de la noche.
Al escucharle, pensé en cuántas Linas hay en las empresas: invisibles por el paso del tiempo, con talento y formación inmensos, esperando una oportunidad.
Edadismo
Los tiempos de reorganización que comenzaron este verano en mi departamento me animaron a participar en el programa de reinvención profesional Talento50+. Ha sido una experiencia renovadora. Al finalizar las clases, en el llamado tercer tiempo, los participantes compartimos lo que muchos estábamos experimentando: sentíamos que habíamos dejado de ser ‘senior’ para empezar a ser ‘mayores’. Nadie nos había preguntado, pero sentíamos que la mirada externa había comenzado a vernos como piezas prescindibles. Un cambio sutil, pero profundamente transformador. Cambia cómo te miran, las oportunidades que llegan o dejan de llegar… incluso cómo te miras tú misma.
Ese fenómeno tiene nombre: edadismo. No es anecdótico ni individual. Es estructural. Aunque ha pasado inadvertido por años, está ya identificado. Según un informe de las Naciones Unidas, una de cada dos personas en el mundo tiene actitudes edadistas y en el mismo se pide actuar con rapidez para frenar esta realidad.
En ingeniería, este fenómeno es aún más llamativo. Una profesión que se basa en la experiencia, la visión a largo plazo y el pensamiento estratégico parece haber sucumbido al culto de la apariencia y lo inmediato. Como si la innovación tuviera edad. Como si décadas de experiencia devaluaran el conocimiento.
Una respuesta colectiva
Frente a esto, necesitamos dar una respuesta colectiva, y esta empieza con una palabra: comunidad. Estar unidos no es sólo una cuestión emocional: es una estrategia. Volver simbólicamente a la ‘Escuela’ ha sido para nosotros, el grupo Talento50+, reencontrarnos con ese lugar donde nos comprendemos sin palabras. Sentirnos parte de un grupo que afronta la vida de forma similar, no para mirar con nostalgia lo que fuimos, sino para construir un presente donde el valor de nuestra trayectoria vuelva a tener sentido.
Ahora más que nunca, los Ingenieros de Telecomunicación necesitamos encontrarnos. Escucharnos. Compartir experiencias, saberes, estrategias. Crear redes de apoyo y colaboración. Sentir que no estamos solos en este tránsito. Y ahí, los colegios y asociaciones profesionales tienen un papel esencial.
Durante años, muchos no vimos necesidad de colegiarnos. Veníamos de una etapa dorada: ser teleco era garantía de calidad, lo que nos abrió puertas en el mundo laboral y permitió construir carreras estables. Para algunos, la colegiación fue un gesto romántico tras acabar la carrera. Otros ni siquiera lo consideraron: se han sentido más vinculados a redes de antiguos alumnos de Escuelas de Negocios que a la que de forma natural debería haber sido nuestra casa.
Hoy, más que nunca, los colegios tienen la responsabilidad y la oportunidad de ser espacios vivos. No sólo guardianes de la deontología profesional, sino impulsores de vínculos, oportunidades y nuevas narrativas. Debemos reinventar la profesión para no diluirnos en un mundo donde casi cualquier disciplina se apellida ‘ingeniería’ para ganar clientes.
El futuro del trabajo y de la ingeniería no puede construirse excluyendo a quienes ya hemos demostrado nuestra valía. Frente a la sociedad del descarte, debemos actuar colectivamente, con un propósito común. Ese reconocimiento no vendrá de fuera. Tenemos que construirlo desde dentro, empezando a pensar en nuestra profesión más allá de nuestro trabajo, exponiéndonos y generando impacto.
Un Colegio puede ser ese lugar donde redescubrimos nuestro propósito, donde surja una nueva motivación para reinventarnos, donde se genere mentoría intergeneracional: experiencia al servicio de los que empiezan, que también sufren el edadismo. Puede ser el altavoz colectivo para denunciar políticas injustas y proponer modelos inclusivos. Puede ser el motor que convierte la vulnerabilidad en potencia.
Con esta vocación nace el grupo de trabajo Talento50+. Es un espacio de encuentro, reflexión y activismo. Un lugar para visibilizarnos, apoyarnos y contribuir con propuestas concretas a empresas, administraciones y a la sociedad en general. Es el sitio para poner en valor la experiencia senior en el sector tecnológico y para seguir construyendo una profesión con un plan de acción claro a corto plazo en torno a cinco líneas estratégicas: radiografía del entorno profesional senior; networking con propósito; contenido de impacto; mentoring senior, y crear comunidad.
Así como en la milonga donde Lina volvió a brillar, nosotros también podemos transformar nuestra vulnerabilidad actual en una fuente de poder. Porque el edadismo no sólo margina personas. También empobrece sectores. Desperdicia talento. Rompe la continuidad del conocimiento. Y eso, a medio plazo, es una pérdida que ninguna sociedad puede permitirse. Todos tenemos un tango que bailar y en la pista del baile nunca es tarde para dar un buen paso.
Lola Samblas Galdón
Ingeniera de Telecomunicación